Habrás escuchado hablar de las Tierras Raras y de la disputa comercial entre China por un lado y varios países (liderados principalmente por Estados Unidos) por el otro, en relación a ellas. El foco de esta batalla está en las restricciones impuestas por China a la exportación de tierras raras , así como de tungsteno y molibdeno.
Las tierras raras no son ni tierra, ni raras, representan un grupo de 17 elementos químicos esenciales para la tecnología moderna, desde celulares hasta turbinas eólicas. Si tenés un hijo en la secundaria pedile que te preste la tabla periódica de los elementos y ahí encontrarás las tierras raras.
Aunque su explotación es aún incipiente en Argentina, el país cuenta con recursos identificados y un enorme potencial, en un contexto donde Estados Unidos y China disputan el dominio de estos minerales estratégicos. Este gran potencial representa una gran amenaza desde el punto de vista ambiental, sobre todo cuando la novia del “litio” va perdiendo poco a poco su encanto y la novia “tierra rara” se vuelve cada día más bella. Mucho más si es el propio Donald uno de los cortejantes.
Aunque su nombre pueda engañar, las tierras raras no son tan escasas. Se trata de 17 elementos químicos —los 15 lantánidos junto al itrio y el escandio— que aparecen en bajas concentraciones y cuya separación resulta costosa y compleja. Sus propiedades magnéticas, electrónicas y de resistencia los convirtieron en materiales clave de la economía tecnológica global.
Desde su participación en el desarrollo de la televisión en color en el siglo pasado hasta su presencia actual en celulares, pantallas LED, resonadores magnéticos, turbinas eólicas, autos eléctricos y equipamiento militar, las tierras raras son parte silenciosa pero imprescindible de nuestras vidas y de la industria.
El mapa internacional está así: China concentra casi todo el mercado mundial de tierras raras: procesa alrededor del 99% y cuenta con las mayores reservas conocidas, unas 44 millones de toneladas, sigue Brasil con 21 millones. El control chino es tan grande que en 1987 Deng Xiaoping resumió su poder con una frase célebre: “Medio Oriente tiene el petróleo, China las tierras raras”.
Este dominio no es casual: aunque hay yacimientos en varios países, pocos están dispuestos a asumir los altos costos ambientales y económicos de su extracción y procesamiento, sobre todo para fabricar los imanes de alto rendimiento que las utilizan.
En Argentina, el interés por las tierras raras creció en los últimos años. El país cuenta con unas 190 mil toneladas ya medidas y un potencial de 3,3 millones más por explorar.
Las zonas más prometedoras están en el noroeste y el centro: Salta, Jujuy, San Luis y el sur de Santiago del Estero tienen mineralizaciones primarias. También se detectaron pegmatitas en Valle Fértil (San Juan), aluviones en Córdoba y San Luis, y arcillas con presencia de estos elementos en Barker (Buenos Aires). Incluso hay indicios en costras submarinas de la Plataforma Continental, lo que amplía la búsqueda hacia el mar.
La única producción registrada hasta ahora fue en los años 50, cuando se extrajeron alrededor de 1.010 kilos de roca monacita en la mina Teodesia, en San Juan. Desde entonces, el país no ha desarrollado explotación a escala industrial, aunque en la actualidad hay proyectos de exploración avanzados.
Uno de ellos es el de Litica Resources, filial de Pluspetrol, que trabaja en un área de 320.000 hectáreas con estudios de impacto ambiental y el desarrollo de un modelo geológico en el salar Río Grande, en Salta. La compañía también construyó un Centro de Investigación y Desarrollo orientado a mejorar los métodos de extracción de forma eficiente y sostenible.
La calesita…
Aquí llegamos a la eterna calesita entre el crecimiento, la destrucción, la transición energética y la mar en coche. Hay que ser claros: “la extracción de tierras raras causa severos impactos ambientales”, incluyendo la contaminación del agua, suelo y aire por sustancias tóxicas y radiactivas, la destrucción de ecosistemas y la pérdida de biodiversidad debido a la remoción de la vegetación y la creación de grandes minas a cielo abierto. Estos procesos también generan grandes cantidades de residuos peligrosos y consumen mucha energía, contribuyendo a la huella de carbono. Por lo tanto, no puede haber crecimiento económico a costa del planeta, no puede haber crecimiento tecnológico a costa del planeta y por sobre todo no es la transición energética una autorización a destruir el planeta. Eso es tan inutil como secar el piso con la canilla abierta.
Por supuesto que el desarrollo lleva su tiempo y aun no tenemos muchas opciones para prescindir de estos elementos pero debemos tener la claridad de que no existe sostenibilidad o regeneración alguna que se base en la destrucción de la vida y que, hasta el momento, las propuestas más “sustentables” de extraer de la tierra los recursos son en un alto porcentaje greenwashing.
Repasemos entonces cuales son los principales ítems del impacto de la extracción de tierras raras:
Contaminación: Los procesos de refinación utilizan químicos agresivos que contaminan las fuentes de agua y el suelo, mientras que la minería puede liberar sustancias radiactivas, como torio y uranio, que persisten por generaciones.
Destrucción de ecosistemas: La excavación de grandes minas a cielo abierto implica la remoción de la cubierta vegetal y la destrucción de hábitats naturales, lo que lleva a la deforestación y a la pérdida de biodiversidad.
Contaminación del aire: El polvo de las actividades mineras y las emisiones de gases de efecto invernadero (a menudo producidos por el uso de combustibles fósiles para la extracción y el procesamiento) deterioran la calidad del aire y contribuyen al calentamiento global.
Residuos peligrosos: Los residuos de la minería, incluyendo lodos, escorias y químicos, pueden filtrarse a aguas subterráneas si no se gestionan correctamente, representando riesgos para la salud humana y animal a largo plazo
¿Una oportunidad estratégica a largo plazo?
Lo que manifiestan los defensores de la extracción es que el interés por las tierras raras no solo se mide en su valor económico directo —un mercado estimado en 12.000 millones de dólares, con proyecciones de alcanzar los 40.000 millones hacia 2040—, sino en su peso estratégico.
La reciente escalada comercial entre Estados Unidos y China puso a estos elementos en el centro de la disputa. En abril de 2025, China impuso restricciones a la exportación de siete tierras raras pesadas con usos militares, mientras Estados Unidos busca acuerdos con países aliados para asegurar su abastecimiento. En este contexto, el potencial argentino no pasa desapercibido.
Para Argentina, el desafío es doble. Por un lado, está la oportunidad de diversificar su cartera minera más allá del litio y el cobre, dos sectores donde ya logró atraer inversiones de empresas globales. Por otro, la necesidad de definir si quiere invertir recursos en desarrollar un mercado complejo, con altas barreras tecnológicas y ambientales, y donde la competencia internacional es feroz.
El Código de Minería local clasifica a las tierras raras como “metales de segunda categoría”, lo que muestra lo incipiente de la mirada regulatoria sobre el tema. Para avanzar, se necesitarán no solo inversiones privadas y estatales, sino también políticas claras, infraestructura tecnológica y capacidad científica.
Más allá de su volumen de reservas, el verdadero valor de las tierras raras está en lo que representan: un insumo crítico para la transición energética, la defensa y la innovación tecnológica. En un mundo donde el acceso a estos minerales se traduce en poder, Argentina enfrenta la posibilidad de transformarse en un actor relevante si logra articular su potencial con un desarrollo estratégico.
La pregunta que queda en el aire es: Con la crisis climática golpeando la puerta cada día más fuerte, ¿seguiremos pensando el crecimiento de la manera que lo venimos haciendo?, ¿continuaremos actuando como si el planeta fuera infinito, cuando sabemos que no lo es?…