En los últimos años, la palabra regeneración comenzó a sonar con fuerza. Primero fue en el campo, en la agricultura, en los ecosistemas. Pero cada vez más, el concepto se expande hacia otro terreno igual de golpeado: el social. Comunidades que se desarman, vínculos que se enfrían, barrios que pierden su ritmo. ¿Y si regenerar también fuera sanar eso?
Hoy se habla de regeneración social como el complemento humano de la regeneración ambiental. Una no funciona sin la otra. De poco sirve recuperar un humedal si la comunidad que lo rodea no tiene herramientas para cuidarlo o si vive desconectada del entorno. Experiencias y estudios en todo el mundo coinciden: cuando la gente se involucra, desde la planificación hasta la gestión, los procesos regenerativos duran más y calan más profundo.
Tejer raíces
La regeneración social, en el fondo, tiene que ver con volver a pertenecer. En Shanghái, por ejemplo, un proyecto de co-creación en antiguos barrios permitió que los vecinos rediseñaran sus espacios comunes. El cambio no fue solo visual: creció la cooperación, el cuidado y el orgullo por el lugar. Algo parecido pasó en varios barrios europeos: cuando las personas participan en las decisiones, vuelve la confianza y se activa ese “capital social” que no cotiza en bolsa, pero vale oro.
Desde esta mirada, la regeneración deja de ser algo técnico para transformarse en una práctica cultural. Poner la vida en el centro cobra sentido tanto en lo ambiental como en lo social. Porque es tan importante el compost como la conversación, tan necesario el suelo fértil como la comunidad que lo sostiene.
Regenerar también es reconstruir
Cada vez se escucha más la idea de la regeneración como respuesta a la “policrisis”: ese combo de crisis climática, social y económica que nos deja sin aire. Ante ese panorama, distintas investigaciones proponen pensar la regeneración ecosocial: fortalecer vínculos, fomentar la cooperación, cuidar, participar, mejorar el bienestar colectivo. No se trata solo de “adaptarse”, sino de reconstruir lo común.
En barrios de España, por ejemplo, el trabajo social comunitario ayudó a levantar zonas urbanas en declive. No solo cambiaron los espacios, también se construyeron redes de apoyo y orgullo barrial. Son procesos lentos, sí, pero muestran que regenerar también es resistir: una forma de sostener la vida cuando todo alrededor parece colapsar.
Cultura y creatividad
La regeneración también puede venir del arte. En muchos proyectos urbanos, las artes escénicas y la cultura se volvieron disparadores de integración social. Talleres de teatro, murales o festivales barriales generan encuentros donde antes había distancia. Y lo mejor: esos espacios culturales suelen fortalecer la acción ambiental. Cuando la gente siente suyo un lugar, lo cuida más.
Un buen ejemplo local es lo que sucedió con La Mujer de la Fila, la película dirigida por Benjamín Ávila y protagonizada por Natalia Oreiro, inspirada en la historia real de Andrea Casamento, fundadora de ACIFAD y referente en derechos humanos. Su experiencia acompañando a un ser querido en prisión se transformó en una causa colectiva que ahora llegó a Netflix, donde fue un éxito en casi toda Latinoamérica.
Producida por Mostra Cine, Buffalo Films y Mariana Volpi, la película cuenta con el apoyo de la ONU (PNUD) y de distintas instituciones judiciales y sociales. Pero lo más interesante es lo que pasa después de los créditos: en alianza con El Núcleo – Centro de Estudios en Nuevas Economías, Mostra Cine lanzó una campaña de impacto social para medir y amplificar los efectos reales del film.
El objetivo es mostrar, con datos, cómo el cine puede mover emociones, abrir conversaciones, tejer redes y canalizar recursos hacia causas concretas en este caso, ACIFAD, que acompaña a familiares de personas detenidas. La campaña se alinea con los ODS 1, 5, 10 y 16 de la ONU y cualquiera puede sumarse escaneando el QR al final de la película, que lleva a lamujerdelafila.com para responder una breve encuesta y ser parte del cambio.
Hacia una regeneración con rostro humano
Si algo dejan claro todas estas experiencias es que no hay regeneración ambiental sin regeneración social. Cuidar los ecosistemas implica también cuidar los vínculos que los sostienen.
Por eso, cada vez más se habla de transición ecosocial: pasar de un modelo que extrae (recursos y personas) a uno basado en la reciprocidad. Uno donde la naturaleza y la comunidad se regeneren mutuamente.
La regeneración, entonces, no es una utopía verde. Es algo cotidiano y sistémico, regenerar ecosistemas integrales: plantar, compostar, participar, compartir, colaborar, crear redes. No es un destino al que se llega, sino un camino que se anda con las manos en la tierra y el corazón en la comunidad.