En las últimas semanas, el IPCC volvió a prender todas las alarmas: el deterioro ambiental está haciendo subir el nivel del mar a un ritmo preocupante y, si seguimos así, para 2100 varias ciudades costeras podrían desaparecer del mapa. En Sudamérica el panorama no es menor: Barranquilla, Maracaibo, Río, Punta del Este y partes de Buenos Aires podrían quedar bajo el agua. En Argentina, además, están especialmente en la mira Mar del Plata, Pinamar, Villa Gesell, Berazategui, Ensenada, Florencio Varela, Quilmes, Tigre y Bahía Blanca.

La pregunta es inevitable: ¿nos estamos preparando para esto? ¿Y las empresas? ¿Están pensando cómo van a sobrevivir sus modelos de negocio en un planeta que ya está atravesando una crisis climática como nunca antes? La brecha entre decir “sí, nos preocupa el clima” y “ Si, estamos haciendo algo concreto” se nota cada vez más. Según el último Barómetro Global de Acción Climática de EY, aunque más del 90 % de las empresas analiza los riesgos físicos del clima, menos de la mitad empezó a tomar medidas reales de adaptación. Esa desconexión entre conciencia y acción podría costarles millones.

Y no es una metáfora. Muchas empresas ya calculan que la falta de medidas estratégicas podría representar hasta un 15 % de pérdida anual en sus ingresos. Aun así, no suelen comunicar este riesgo a sus grupos de interés, subestimando lo que esto puede generar tanto en su bolsillo como en su valor de marca.

La brecha entre evaluar y actuar

Aunque la mayoría entiende que el cambio climático es un problema serio, solo un tercio evalúa de manera consistente el impacto financiero de actuar, o de no hacerlo. Eso significa que muchas decisiones se toman sin entender realmente cuánto podría costar la inacción. Y sin planes de adaptación, los modelos de negocio quedan a la deriva frente a interrupciones en la cadena de suministro, caídas en la demanda o cambios regulatorios que pueden aparecer de un día para otro.

A eso se suma que la mitad de las empresas todavía no tiene metas serias para reducir sus emisiones indirectas (las famosas de Alcance 3), que suelen ser la mayor parte de su huella climática. Entre objetivos poco ambiciosos y la dependencia excesiva de compensaciones, la acción real sigue quedándose corta. Spoiler: evaluar riesgos sin moverse no salva ingresos; solo patea la pelota hacia adelante.

El medio vaso lleno

A pesar de todo, hay un dato esperanzador: dos tercios de las empresas ya tienen un plan de transición. No solo hablan de reducir emisiones, sino también de transformar productos, capacitar equipos e invertir en soluciones sostenibles. Estos planes son como un GPS que ayuda a minimizar pérdidas y a alinear rentabilidad con sostenibilidad en un mundo cada vez más incierto.

Implementar buenas estrategias de transición ya no es solo un gesto “verde” es una necesidad financiera. Una planificación seria puede ser la diferencia entre pérdidas millonarias y crecimiento sostenido.

Riesgos financieros y de reputación

El Barómetro también muestra que muchas empresas aún no comunican los riesgos de la inacción a sus stakeholders. Ese silencio genera vulnerabilidad, no solo económica, sino también reputacional. La falta de transparencia puede erosionar la confianza de inversores, clientes y reguladores.

Además, no fijar metas basadas en ciencia significa perder oportunidades de innovación sostenible y ahorro a largo plazo. La acción climática deja de ser un check en la lista de cumplimiento y pasa a ser una ventaja competitiva. Ignorar esto es abrir la puerta a pérdidas cada vez mayores.

Lo que viene

Invertir en planes de transición realmente efectivos implica entender riesgos, fijar objetivos claros y comprometerse con acciones verificables. Las empresas que hacen esto reducen su exposición a desastres climáticos, reglas cambiantes y fluctuaciones en la demanda. La planificación proactiva convierte amenazas en oportunidades.

Quienes incorporen la adaptación climática como parte central de su estrategia llegarán mucho mejor preparados a los desafíos del siglo XXI. No se trata solo de bajar emisiones: se trata de sostener el negocio, fortalecer la reputación y generar confianza. La acción climática ya no es opcional: es la inversión que puede evitar pérdidas millonarias y asegurar competitividad futura.

Los gerentes y/o encargados del área de sostenibilidad de las compañías deben llevar esta conversación a los directorios. El mensaje es simple y contundente: la inacción climática tiene un costo. Y puede llegar al 15 % de los ingresos anuales. Lo que va a diferenciar a las empresas que prosperen de las que se queden atrás será su capacidad para pasar del discurso a la acción real.

Implementar planes de transición ambiciosos y basados en ciencia es la vía para proteger tanto el negocio como el planeta. Las empresas que tomen la delantera no solo van a reducir riesgos financieros, sino que también van a fortalecer su reputación, ganar competitividad y dejar un impacto positivo que va más allá de los números.

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